San “Fulano”, plan con maña
abril 14 2017 | Vida y legado
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Una de las características más peculiares de Carlos Abascal era su saludo. La mayoría de las ocasiones lo iniciaba anteponiendo al nombre de su interlocutor la categoría de “San”.
Una de las características más peculiares de Carlos Abascal era su saludo. La mayoría de las ocasiones lo iniciaba anteponiendo al nombre de su interlocutor la categoría de “San”.
Y proviniendo de una persona como Carlos, nadie dudaba que lo hiciera con pleno conocimiento de causa. Estaba concediendo el rango de Santo a su amigo. Pero, al mismo tiempo, era difícil no descubrir que se trataba de un plan con maña.
Lo que pasa es que escuchar el “San Fulano…” producía en el receptor una reacción múltiple. La primera, al bote pronto, de humildad.
“No, qué va a ser…”; “Ojalá…”; “Házmela buena…”; “No bromees…”; “eso lo serás tú…”
Lo cierto es que, pese a la espontaneidad con la que lo pronunciaba, el calificativo de santidad sonaba tan pesado y comprometedor como inesperado para quienes hablaban con Abascal.
Y lograba con esas cuantas palabras la reflexión inmediata -en unos cuantos segundos- sobre un tema tan profundo, pero al mismo tiempo tan cotidiano, como el llamado evangélico a ser perfectos.
Hay que decir que el efecto del apelativo era tan automático como certero. Porque en quienes son creyentes motivaba el desmarcarse, al decir no sentirse dignos. Pero en quienes no comulgaban con la misma formación de Carlos igualmente se extrañaban. Les calaba. Y, sobre todo, les pesaba una denominación en la que no creían pero que entendían bien que para Abascal implicaba un gran significado que, de pronto, quería compartir.
¿Qué tan consciente era la búsqueda de las reacciones de provocaba? ¿Fue siempre una “catequesis instantánea” la que intentó Carlos? Lo más seguro es que si.
La verdad es que lo lograba y, algo más, ganaba el saque. En lo humano tomaba ventaja de su interlocutor. Un fruto más, para la vida cotidiana, de buscar lo trascendente en todos los actos, en las pequeñas cosas.
Anécdota del Lic. Herminio Rebollo